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Diario YA


 

Es tiempo de celebración

Pilar Muñoz. 24 de diciembre.

La Navidad no es un tiempo fácil. Sólo puede celebrarla desde dentro quien se atreve a tener esperanza en un Dios que se hace Niño y acampa entre los hombres. Navidad es el tiempo de la renovación, una eclosión nada estridente, en la cual el hombre anhela la experiencia de Dios vivo en su quehacer diario. El Dios que nace en este tiempo, es un Dios más cercano, más comprensivo, más tierno y más audaz de lo que el hombre pueda imaginar.

El tiempo de Navidad no es una fiesta cualquiera, es una celebración honda y gozosa para toda la humanidad. Se festeja que Dios ha querido compartir nuestra vida, desde la experiencia del hombre más humilde, y sin saltarse ningún paso evolutivo, nace Niño. Ya no estamos solos, perdidos en medio de nuestros problemas, sufrimientos y luchas. Dios está con nosotros, hay esperanzas para la humanidad. Si supiéramos detenernos en silencio ante el Niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y ternura de Dios, entenderíamos por qué el corazón del creyente tiene que estar transido de alegría diferente en estos días.

Uno de los rasgos más tristes y patológicos de nuestra sociedad es su capacidad de vaciar de contenido y de verdad todas las fiestas religiosas. La Navidad es una de las fiestas más estropeadas, voluntariamente, por el hombre egótico y consumista. La navidad actual es superficial, bulliciosa, comercial, atolondrada y celebrada desde el individualismo placentero, desde un aturdimiento urbanita desmesurado. El mensaje televisivo de la navidad en minúscula es el siguiente: “ si tienes dinero podrás celebrar una buena navidad”.

Este tiempo de celebración no hay que confundirlo con dimensiones pulsionales del ser: comer y beber sin control, abusar de sustancias para alcanzar una felicidad inalcanzable, disfrutar al máximo en entornos comerciales y consumistas. Estamos creando entre todos una sociedad interesada y egoísta, olvidando lo que es el verdadero regalo gratuito: el encuentro con los otros, la sencillez y el calor del hogar, el detenimiento de una conversación recíproca con la familia. Corremos el riesgo de asociar una celebración plena, dichosa y gratuita en una concitación de cumplimiento, interés y egoísmo.

El carácter familiar de la celebración navideña es de origen cristiano. Los cristianos desde antiguo permanecían despiertos, en grupo, celebrando con fe el nacimiento del Salvador. En la actualidad es difícil celebrar en familia la Navidad, puesto que a lo largo del año no hay experiencia ni encuentro de familia. De otro lado, la familia está sufriendo una persecución y acoso descarado. Todo ello facilita un cambio en el concepto de ágape y festejo, ahora se externaliza el encuentro en lugares fríos, lujosos, dónde bullen luces y ornamentación alejada del verdadero concepto navideño. La navidad en nuestras calles es un conjunto de seres encapsulados en su individualidad, sordos del acontecer colectivo, mudos ante la destrucción y desmoronamiento de sus valores más propios, asfixiado por una carrera sin meta, pero sin posibilidad de parar y reflexionar.

Ese Dios nacido en Belén es más grande que todas nuestras imágenes, adornos y celebraciones tristes, paganas y decadentes. Nuestras celebraciones se han vuelto raquíticas y esperpénticas, irreconocibles de la verdadera Celebración Cristiana, la causa y el fondo es la creencia soberbia de que el hombre actual no necesita de Dios. Lo que nos impide gozar y celebrar es el endurecimiento de nuestro corazón, la autosuficiencia pretendida, el envejecimiento de nuestras metas, polarizadas de modo obsesivo en la eficacia y rendimiento.

La celebración sencilla, pero honda de la Navidad puede despertar en nosotros la fe. Una fe que rejuvenece, una fe que no nos encierra en nosotros, sino que nos abre a los otros; que no separa, sino que une; que no recela, sino que confía; que no entristece, sino que ilumina; que no teme, sino que ama. Felices los que en medio del bullicio y los excesos de estas fechas, sepan acoger con corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño. Para ellos habrá sido Navidad.

….” Se nos ha manifestado la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres..” (Tt,3,4). 

 

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