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Diario YA


 

El necesario hermanamiento conservador

Alberto Acereda. 14 de abril.

Con demasiada frecuencia suelen mezclarse algunos términos ideológicos ligados al pensamiento conservador norteamericano. Al hablar de éste debemos aclarar que se trata de una idea que no siempre se corresponde con la que algunos en Europa y en Hispanoamérica tienen de lo que significa realmente ser “conservador”. El conservador norteamericano no es ni inmovilista ni reaccionario. Precisamente, los Padres Fundadores de Estados Unidos se rebelaron contra la monarquía inglesa en el siglo XVIII con el fin de dejar atrás los yugos que a la libertad individual, económica y religiosa ponía el Antiguo Régimen.  Sobre esos tres pilares -libertad individual, libertad económica, libertad religiosa- se fundó hace más de doscientos años la nación norteamericana. Para ello, partieron de un sano liberalismo clásico -sobre todo de carácter económico- que creía en la limitación de los poderes del Gran Gobierno y en el aumento de la acción y responsabilidad individual. Es así es como el germen del liberalismo clásico se dio la mano con el conservadurismo norteamericano. Así es posible entender también que, ya en el siglo XX, un gran economista como Friedrich Hayek elogiara el conservadurismo norteamericano y se resistiera a ser “conservador” en la antigua acepción europea de la palabra. Es en esa línea y ejemplo del ser conservador norteamericano donde cabe lanzar una importante alianza entre los nuevos conservadores europeos y sus hermanos norteamericanos.

Ocurre que el liberalismo clásico sufrió golpes mortales y fue devaluándose y contaminándose de relativismo a lo largo de los siglos XIX y XX. Paulatinamente, se fueron destruyendo esos valores iniciales que el liberalismo clásico compartía con el conservadurismo norteamericano. En el siglo XX, por ejemplo, los años treinta y los años sesenta vieron en Estados Unidos sendos raptos del sentido original del liberalismo clásico y de los valores individuales a favor del cada vez mayor y progresivo control del Estado sobre el individuo. De ahí que de un tiempo a esta parte, la palabra “liberal” en inglés sea más o menos equivalente a la de la cacareada “socialdemocracia” y sus valedores de la progresía secular. Dicho sea, de paso, que en estos momentos asistimos también en Estados Unidos a otro nuevo intento de raptar esos conceptos y desbancar la base conservadora. Porque lo que define a los conservadores norteamericanos es su creencia de que existe una medida moral en el universo, que existe el bien y el mal, así como una serie de virtudes que alcanzar por parte de cada ser humano: el mérito y la responsabilidad individual, la prosperidad, el sano patriotismo y la unidad nacional, el orden social basado en el mérito o la moralidad…, entre otras cosas. Y todo bajo los dones de un Dios misericordioso. Como afirmara George Washington en su discurso de despedida como Presidente: “De todas las disposiciones y hábitos que conducen a la prosperidad política, la religión y la moral son apoyos indispensables”.

Los conservadores norteamericanos aciertan al entender que sobre la dignidad de unos valores éticos y morales compartidos, el crecimiento económico siempre resulta más positivo cuando hay un interés directo por parte del individuo. Desde esa posición, se busca una estructura social que permita sacar de cada ciudadano lo mejor de sí mismo a fin de alcanzar la felicidad. Por eso los conservadores norteamericanos apoyan el sano capitalismo como el sistema más propicio para generar riqueza y bienestar para el individuo, las familias y las sociedades en general. Resulta que el liberalismo de hoy en el concepto norteamericano de la palabra, muy lejos ya de aquel clásico,  es el que se opone con uñas y dientes al conservadurismo y el que abandera toda clase de intervencionismos gubernamentales, todo tipo de fallidos clisés de redistribución de la riqueza, de anticapitalismos o antiamericanismos. Ese es el mal liberalismo que busca erradamente apaciguar a las tiranías y el que provoca el relativismo cultural que tanto está perjudicando a Occidente y a la humanidad entera. Por eso defendemos a los conservadores norteamericanos y apostamos por un necesario hermanamiento de los conservadores europeos sobre la base de aquellas mismas premisas que hicieron grande a Estados Unidos.

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