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Diario YA


 

Como reconocimiento a la trayectoria del tenor español Pedro Lavirgen

“Aida”, de nuevo en el Real, tras 20 años de injustificada ausencia

Fotografía: Javier del Real

Luis de Haro Serrano

La reposición de este emblemático título de Verdi, es considerada por la propia Institución como un acto de justicia consigo misma dada su accidentada vida de cierres, transformaciones y las diversas reaperturas que ha soportado a través de sus más de doscientos años de generosa historia y como merecido reconocimiento a la excelente trayectoria artística del gran tenor español, Pedro Lavirgen que, a pesar de sus méritos, por circunstancias diversas, no pudo estar en ninguna ocasión en su escenario y, haber sido el intérprete que más veces ha afrontado el famoso “Celeste Aida”, dado que lo tenía como pieza favorita cuando intervenía en sus particulares casting de selección.

Estrenada el 24 de diciembre de 1871, se ofreció tempranamente en el Real –el 12 de diciembre de 1874- que, a través de sus diferentes etapas históricas, unidas a las 17 de esta temporada, se acercará muy pronto a las 400 representaciones en su escenario. En esta ocasión lo hace con una producción propia preparada en coproducción con la Lyric Ópera de Chicago y el Teatro Municipal de Santiago de Chile, realizada por Hugo de Ana en 1998, a la que, sin perder un ápice de su inicial grandiosidad, se le han hecho diversas correcciones de carácter secundario. Dado el generoso número de funciones que en tan poco tiempo se van a ofrecer, 17, el Real ha seleccionado para ello un triple reparto vocal compuesto íntegramente por voces de primera fila como las de Violeta Urmana, Ekaterina Semenchuk, Daniela Barcellona, Anna Pirozi, Gregory Kunde, Alfred Kin , Gabriele Viviani y Angel Ódena, entre otros.

A los 60 años, Verdi se vio obligado a realizar una fuerte revisión de su anterior título “La forza del destino”. Al finalizarla pensó que no se encontraba en condiciones de acometer una nueva composición. Consideraba que ya había dado de sí todo lo que tenía que aportar al campo de la ópera. Si no encontraba un tema suficientemente atractivo para abordar una nueva composición, prefería no hacer nada. Grave equivocación porque trás Aida – considerada por muchos admiradores como su auténtico testamento lírico- sorprendió al mundo con títulos tan significativos como “Otello” y “Falstaf”.

Esa ocasión se la ofreció pronto su libretista habitual, Camille du Locle, con motivo de la reciente apertura del Canal de Suez y la inauguración del Teatro de la Ópera de El Cairo, le presentó una singular historia basada en temas egipcios. Su singularidad le entusiasmó y le encargó al escritor italiano Antonio Ghislanzone que preparara el oportuno libreto, basado en un argumento de Auguste Mariete y el propio Du Locle. Libreto que, cuando se lo entregaron, como era habitual, realizó numerosas correcciones para perfilar mejor, la especial sicología que, según él, debían tener los principales personajes de la nueva historia, consiguiendo con ello una excepcional obra lírica que, tras el éxito de su estreno, subió rápidamente a los escenarios de casi todos los teatros líricos importantes del mundo, entre ellos el Real.

Muchas son las consideraciones que sobre Aida pueden y deben hacerse para conocerla y apreciarla mejor. Entre sus principales valores se encuentra su prodigiosa y refinada orquestación, claramente progresista en la que con auténtica habilidad se engarzan a la perfección sus estilos anteriores con los de su nueva concepción de la ópera, tanto para los estilos brillantes y de masas de los dos primeros actos como las de los numerosos momentos de intimidad –siempre dulces y bellos- de los últimos, que corren paralelos al destino de los protagonistas donde sobresale la mencionada orquestación, siempre pensada para resaltar el valor dramático de cada momento, donde aparece con fuerza la virulencia del clásico triángulo amoroso de la ópera –invertido en esta ocasión- en el que se tratan temas tan diversos como los celos, el valor y la esperanza, mezclados con la soberbia y la humillación, cualidades humanas de los poderosos que tratan de no perdonar nunca, así como le preponderancia clásica que ejerce el poder religioso sobre el político (Amneris –hija de todo un Faraón-, desea perdonar y declarar inocente a Radamés, pero la clase sacerdotal no lo consiente)

El intimismo es el estilo que predomina en toda la 2ª parte –actos 3º y 4º- , con arias, dúos y tercetos excelsos, adornados con un gran tono dramático y de tensión, para culminar con uno de los dúos más hermosos de la lírica , el de Aida y Radamés que , encerrados en la cueva inferior del templo, afrontan su muerte con una tierna dulzura propiciada por la música del más sentimental Verdi: “El ángel de la muerte, con sus alas de oro, nos abrirá las puertas del cielo”. Con ella se cierra la obra. Muestra perfecta de la técnica de un genial Verdi que mezcla como nadie el intimismo que proporcionan el amor, la nostalgia y la humillación, con otros más espectaculares por su brillantez general.

Enclavada en su etapa de madurez, Verdi tiene la virtud de no sobreponer musicalmente los dos grandes planos que convergen en las historias que se desarrollan en la obra, el habitual amoroso de los protagonistas y el colectivo de un gran pueblo como es el etíope. Prefiere no interponerlos para que a lo largo de su recorrido escénico, la historia de ambas líneas argumentales transcurran de forma paralela. El gran atractivo de su partitura se centra en esa fuerza y belleza con que el compositor ha concebido dichos aspectos. Verdi, gran conocedor de la sociedad de su tiempo la refleja muy bien en su Aida con la discreción de limitarse simplemente a presentarla, sin zaherirla. Solo la expone, no la critica.

Puesta en escena
El mérito de la puesta en escena de Hugo de Ana es el no haber recurrido en un solo momento a ninguno de los elementos que, con tanta frecuencia, se han utilizado en esas presentaciones estrambóticas o carnavaleras, sino centrarse en el gran valor que aportan sus numerosos grupos de protagonistas movidos al amparo de las posibilidades que, técnicamente, le ofrece su prodigiosa “caja escénica”, adecuadamente dosificada por la maravillosa iluminación de Vinicio Cheli y Sergio Metalli como responsable del audiovisual que, junto con la coreografía de Leda Lojodice han conseguido una puesta en escena inmejorable por su vistosidad general, a la que le sobran algunos de los elementos procesionales que, en c ocasiones muy concretas sobran al no ir al únísono del estilo de la escenografía elegida.

El triple elenco seleccionado para esta ocasión ha funcionado bien. Todos han realizado una buenísima labor. Merecen destacarse sin excepción, particularmente, por la dulzura de sus voces, naturalidad y amplitud de su expresividad, tanto en los tonos medios como en los agudos, las actuaciones de Violeta Urmana (Amneris) Ludmila Monastyrska (Aida), Gabriele Vivani (Amonastro) y Gregory Kunde (Radamés), a pesar de andar algo desdibujado en el difícilísimo “Celeste Aida”inicial, nos han parecido geniales.

Nicola Luisotti, actual director musical asociado del Real y gran conocedor de la obra de Verdi, del que ha dirigido ya 17 de sus numerosos títulos, ha realizado una vivísima versión, que ha destacado tanto en los brillantes movimientos de masas, en los que el Coro ha tenido también una acomodada actuación –vocal y escénica- como en los intimistas, tan cargados de belleza. La Orquesta ha sido, igualmente, una fiel colaboradora de sus indicaciones para acometer con firmeza esa diversidad tan comprometida con la que Verdi concibió su ejemplar partitura.